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Una Historia nueva…

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Hay dos maneras de entender el mundo, el papel del hombre en la tierra: la cultura occidental, que adopta un discurso laico y profano, prima los aspectos singulares de la Historia y los clasifica en una linealidad que nos lleva a pensar en una evolución (supuestamente, cada vez vamos a mejor), en una coherencia lógica de los acontecimientos donde todo tiene una causa y un efecto. El tiempo se periodización y el cambio marca las épocas, el espacio se racionaliza y departamentos, se crea una relación de sintagma entre el hombre y todo lo que le rodea, es lo que se ha llamado el Discurso Lógico.

Por el contrario, las culturas no occidentales del presente y del pasado se basan en el paradigma, ya que a partir de un discurso religioso, sagrado o mítico, basado en la repetición de arquetipos y ritos que remiten a un tiempo primigenio, se integran todas las criaturas terrenales y todos sus actos, en un equilibrio cósmico. Todo remite a modelos divinos, y la coherencia vital no se encuentra en el transcurso sino en el sistema virtual de relaciones, donde el papel del mediador (rey, jefe de la tribu, faraón …) entre lo divino y lo terrenal juega un papel esencial a la hora de mantener el orden. El tiempo remite siempre a la tradición y la permanencia, y el espacio en el arquetipo cósmico, volviéndose trascendente. Este es el Discurso Mítico.

Esta bipolaridad hace que la Historia sea patrimonio del Discurso Lógico, que la estructura y clasifica, y que paradójicamente las civilizaciones de Discurso Mítico la nieguen en pro de la repetición, del «eterno retorno». Si a todo ello unimos la tradicional prevalencia del pensamiento occidental, veremos cómo la Historia ha sido escrita desde un punto de vista principalmente eurocéntrico, imponiendo sus teorías, métodos y estructuras en la explicación de las otras culturas.

La diversidad de las culturas tiene un carácter dinámico, toda cultura está en contacto con otras culturas, contemporáneas o no, autóctonas o lejanas, y lo realmente importante es la relación que se establece entre ellas. Por tanto, no deja de ser injusto que sólo le demos validez a lo que encaja en nuestros estándares occidentales y no reconozcamos al otro. Se ha de diseñar una praxis realmente válida para el análisis de la alteridad, en base a la relatividad cultural (toda cultura es digna de ser considerada como tal) y la erradicación del papel «colonizador» de la cultura occidental . Tenemos el deber de escribir una Historia de la Humanidad renovada. Dice Lévi-Strauss que «el reconocimiento de la alteridad y de la diversidad cultural de formas y procesos culturales cualitativamente diferentes a la occidental, y la relativización del papel de occidente en la Historia de la Humanidad implican (…) una ‘Nueva Historia ‘.»[1] Este es el reto del humanista de mañana: reescribir la Historia de la Humanidad, teniendo pero cuidado y en cuenta lo que decía Ortega y Gasset:» La verdad no es relativa al hombre, sino el número y clases de verdades que podemos poseer «. [2]

[1] Lévi-Strauss, C. Raza e historia, Ed.. 62, Barcelona, ​​1969.

[2] José ORTEGA Y GASSET, Investigaciones psicologicas, XIV, in: Obras completas, Ed.. Revista de Occidente en Alianza editorial, Madrid, 1983, t. XII, p. 442.

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